Falacias y Mentiras

¿Sabían ustedes que la culpa de que yo eligiera Grecia para mis vacaciones de Septiembre fue un libro?
“El Corazón de Ulises”, de Javier Reverte.
Llegó a mis manos durante mi estancia en Berlín, y además de que quizás por estar de viaje me influyera un poco más, resulta que el librito, como literatura de viajes no está nada mal.
Cuenta el viaje por tierras griegas que programa el escritor, pasando por todos los lugares que se supone que visitó Ulises en su Odisea. Combina bien las nociones históricas con las mitológicas e incluso con las simples anécdotas del viaje.
Durante su estancia en Rodas, el escritor, se entera, cotilleando por ahí, de la existencia de una pequeña isla, en los confines del territorio griego, que tiene la peculiaridad de ser una gran fuente de inspiración para cualquier escritor.
El nombre de la isla es Kastellorizon, o Megisti.
El escritor descubre en esta isla un verdadero paraíso, oculto aún al inmenso ojo del turista, donde todavía se puede encontrar la “esencia mediterránea “.
Bueno, pues mi churri y yo, después de intentar en vano encontrar información , a través de una agencia de viajes, para poder quedarnos una semana directamente en Kastellorizon, conseguimos in extremis la posibilidad de pasar una semana en Rodas y la esperanza de que desde allí pudiéramos organizar aunque solo fuera un pequeño viaje relámpago a la isla.
No se imaginan, la alegría que nos llevamos cuando nos enteramos que la encargada de la agencia del Hotel donde nos quedábamos en Rodas, era de Kastellorizon.
Y el doble subidón que supuso enterarnos de que, no solo el recepcionista de noche también era de allí, sino que además alquilaba apartamentos en la isla.
El nombre del recepcionista era Komminos, y aunque no tenía en ese momento apartamentos para alquilar, nos puso en manos de un amigo suyo, Kostoudanis, que nos esperaría en la plaza del pueblo para llevarnos a su hostal.
Además, nos indicó el restaurante al que debíamos acudir cada vez que quisiéramos buen vino y buen pescado barato.
Nuestra decisión, a la vista de que sólo teníamos 6 días hábiles y queríamos verlo todo, fue irnos a las 07.00h un sábado en avión,(porque para nuestra sorpresa la islita tenía hasta un aeropuerto), y volvernos a las 16.00 del día siguiente en un catamarán que pasaba por allí un par de veces por semana.
A las 5 de la mañana del sábado vino un taxi para llevarnos al aeropuerto de Rodas y en ese mismo instante comenzó la Odisea de Ulises:
El vuelo, estaba anunciado en pantalla, pero el mostrador de facturación que indicaba la pantalla estaba vacío, así que esperamos….
…esperamos hasta que 30 minutos antes de la salida del vuelo, desesperados, preguntamos a dos azafatas que ganduleaban en otro mostrador. Nos miraron extrañadas, y comentaron entre sí:
-Joroñaquejoroña…
Luego, nos dijeron en algo parecido a inglés, que era normal, que esperásemos….
………no les pudimos sacar una sola palabra más.
Diez minutos antes de que saliera el vuelo seguíamos ante un mostrador vacío, sin facturar y sin recibir la tarjeta de embarque…
Al fin, aparece una nueva y aplatanada azafata que nos da la tarjeta embarque y nos dice que subamos unas escaleras, y que ya nos indicarán por megafonía la puerta de embarque.
Nos montamos en este avión:



Dentro había 7 personas contando con el piloto y el azafato.
Durante el despegue este azafato fue contándonos de mala gana lo del chaleco salvavidas con una sola mano, ya que con la otra se agarraba a la puerta del baño para controlar los bandazos del avión.
Cuando terminó. Se sentó en una silla en medio del pasillo, de cara a todos nosotros y se colocó el cinturón de seguridad, al modo en que te lo colocarías cuando el mecanismo de cierre no funciona y solo quieres ir con el coche hasta la panadería de la esquina.
Después de unos 20 minutos estábamos sobrevolando la isla, y parecía como si aquel pequeño avioncito fuera a sacar dos patitas y se fuera a posar sobre lo alto de algún peñasco.
Aterrizamos aquí:













Y nos dirigimos a la terminal, que era esta:







Ese pequeño micro oscuro que se ve entre las dos casitas era el único medio de llegar de lo alto del islote hasta el único núcleo urbano de la isla, al borde del mar.
Tanto Adelaida como yo, podemos asegurarles de que la estancia en la isla fue algo irrepetible. El Hostal de Kostoudanis resultó mejor que el hotel de Rodas, y el lugar estaba lleno de pequeños matices que lo llenaban y lo hacían un sitio tan acogedor como hermoso. Y si no se creen, ahí va una pequeña reseña:

















Como anécdota, les cuento que cuando llegamos al restaurante de Kiriakos, o sea, el recomendado, el susodicho, que no entendía una sola palabra en otro idioma que no fuera el suyo, apenas llego a esbozar una “giocondica” sonrisa cuando le insinuamos que veníamos de parte de su amigo Komminos. A continuación nos metió apresuradamente en su cocina y dirigiéndonos una mirada furtiva, señaló a unos calderos que reposaban en el suelo, susurrando:
-Joroñaquejoroña!
Nosotros le sonreímos, cómplices y satisfechos ante tal inmenso hallazgo y nos sentamos en una mesa tranquila junto al mar.
Kiriakos nos tomó nota de una botella de vino blanco de Rodas, inmejorable, y de unos filetitos de pescado a la brasa (King Fish o algo parecido), junto con la típica ensaladita griega. Nada quisimos proveniente de los misteriosos calderos depositados en el grasiento suelo de la cocina, sin embargo, lo que comimos estaba riquísimo, hasta el punto que repetimos al día siguiente.
En su tiempo, Kastellorizon tuvo 5 veces más habitantes de los que tiene ahora. Lo que sucedió fue que los alemanes, que la tenían tomada al final de la Segunda Guerra Mundial, la incendiaron antes de abandonarla. La isla está localizada en la costa turca, tan cerca de la península de Anatolia que los pescadores organizan excursiones para pasar el día allí. El pueblo, se construyó sobre un entrante en forma de U que le proporciona un caladero natural a las pequeñas embarcaciones de los pescadores de la zona. Sólo tiene 3 hileras de casas, pero con callejones tan coquetos como este:









En lo alto del pueblito está el motivo de su nombre. Un pequeño fortín con una bandera griega tan grande como él mismo, que mira desde posición privilegiada la pequeña bahía.
La única noche que pasamos allí, coincidió con la final de la copa de Europa de baloncesto, que jugaban los griegos contra los alemanes…….y cuando los primeros ganaron el partido, el cielo explotó en mil colores y griegos, ingleses y rusos se juntaron a bailar el Sirtaki.
Un buen colofón para este viaje.
La inmensa pena que me invadió al tener que marcharme es tan solo comparable con los surcos hicieron mis uñas en el embarcadero al intentar subirme al catamarán que me separó definitivamente de esa increíble isla.